la ciudad; el tesoro del rey de Prusia estaba casi exhausto, y de allí a poco no le quedaría ni una sola aldea; iban a proscribirlo del Imperio; ya estaba empezado su proceso; declarado rebelde, era lo más probable que, de cogerlo, le hubiesen condenado a muerte.
En tamaña extremidad, la idea de matarse pasó por su ánimo. A su hermana, la señora margrave de Baireuth, le escribió que iba a terminar su vida; no quiso que la obra concluyera sin unos cuantos versos; su pasión por la poesía era aún más fuerte en él que su aborrecimiento de la vida.
Escribió, pues, al marqués de Argens una larga epístola en verso, donde le participaba su determinación y le decía adiós. Por singular que sea esta epístola, dados el asunto, el autor y el personaje a quien va dirigida, no es posible reproducirla aquí por entero; tantas son sus repeticiones; pero hay en ella algunos trozos no del todo mal compuestos para ser de un rey del norte; he aquí varios pasajes: "Amigo, la suerte está echada.
Cansado de inclinar el cuello al yugo de la adversidad, quiero acortar el tiempo amargo que la Natura nuestra madre a mi existencia miserable prodigar se ha dignado con liberalidad.
Firmes el ánimo y los ojos, sin miedo y sin esfuerzo alguno, me acerco ya al dichoso términoque me ha de precaver de la contraria suerte.
Adiós, grandezas y quimeras; las ilusiones pasajeras ya no deslumbran, no, a mis ojus.