de París; pero el placer nunca es demasiado caro; la casa era linda y cómoda; la vista, encantadora; asombra y no cansa. Por un lado está el lago de Ginebra; la ciudad, por el otro. El Ródano sale del lago a borbotones y forma un canal al pie de mi jardín; el rio Arve, que baja de Saboya, se precipita en el Ródano; más lejos se ve aún otro río, Cien casas de campo, cien jardines rientes adornan las márgenes del lago y de los ríos; a lo lejos se yerguen los Alpes, y por entre sus precipicios se columbran veinte leguas de montañas cubiertas de eternas nieves. Tengo también otra casa, más hermosa y con mejores vistas, en Lausana; pero mi casa de los alrededores de Ginebra es mucho más agradable. Encuentro en estas dos viviendas lo que los reyes no dan, o más bien, lo que quitan; reposo y libertad; y tengo también lo que suelen dar a veces, pero que yo no he recibido de ellos; pongo en práctica lo que digo en El Mundano: ¡Oh, qué fellz siglo este siglo de hierro!
En mis dos casas se encuentran todas las comodidades apetecibles en ajuar, servidumbre y buen trato; los ratos que el estudio y el cuidado de mi salud me dejan libres, los lleno con el amistoso comercio de gentes de talento. Esto hará reventar de dolor a más de uno de mis queridos compañeros en letras; sin embargo, yo no nací rico; muy lejos de eso. Me preguntan por qué artes he llegado a vivir como un asentista, y es Het