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que granjeó convirtiendo al catolicismo a ese Law o Lass, inventor del sistema que trastornó a Francia, me recibió bastante mal. El concilio de Embrun, presidido por él, coronó el engrandecimiento empezado con la conversión de Law. El sistema le enriqueció tanto, que tuvo para comprar el capelo de cardenal. Fué ministro sin cartera, y, por su calidad de tal, me declaró en confianza que no podía invitarme a una comida oficial, pues el rey de Francia estaba disgustado conmigo por haberme ido con el de Prusia. Contesté que no comía nunca, y que respecto de los reyes no había en todo el mundo hombre más dispuesto que yo a tomar las cosas como vinieran, y otro tanto me sucedía con los cardenales. Me habían aconsejado las aguas de Aix de Saboya; aunque estaban bajo el dominio de un rey, me puse en camino para ir a beberlas. Había que pasar por Ginebra; el famoso médico Tronchin, establecido en Ginebra desde poco antes, me anunció que las aguas de Aix me matarían, y que, en cambio, él me curaría.

Adopté el plan que me propaso. A ningún católico se le permite arraigar en Ginebra, ni en los cantones suizos protestantes. Me pareció divertido adquirir posesiones en el único país de la tierra donde me estaba prohibido tenerlas, Por un contrato muy singular, de que no había ejemplo en el país, compré una pequeña finca, de unas sesenta yugadas, que me vendieron por el doble de lo que hubiera costado en las afueras VOLTAIRE.—MEMORIAS 5