ranja, aprovechó la oportunidad para esparcir el rumor de que yo había dicho que el cargo de ateo del rey estaba vacante. Esta calumnia tuvo mal éxito; pero añadió que los versos del rey me parecían malos, y ésta prosperó.
Adverti desde entonces que las cenas del rey eran menos alegres; me daban menos versos para corregir; mi desgracia era completa.
Algarotti, Darget y otro francés, llamado Chasot, uno de los mejores oficiales de Federico, le abandonaron al mismo tiempo. Me disponía yo a hacer otro tanto. Pero antes quise darme el gusto de burlarme de un libro que Maupertuis acababa de imprimir. La ocasión era buena; nunca se había escrito cosa más ridícula y necia. El muy simple proponía en serio hacer un viaje en de.rechura a los dos polos; disecar cabezas de gigantes para descubrir en la masa encefálica la naturaleza del alma; edificar una ciudad donde no se hablase más que latín; abrir un agujero hasta el centro de la tierra; curar a los enfermos untándolos de resina, y, en fin, predecir el futuro por la exaltación del alma.
El rey se río del libro, yo me ref, todo el mundo se rió. Pero ocurría entonces un incidente más grave a propósito de no sé qué simpleza de matemáticas que Maupertuis quería hacer pasar por un descubrimiento. Un geómetra más competent llamrado Koenig, bibliotecario de la princesa de Orange en La Haya, le advirtió de su error, y le dijo que Leibnitz, al examinar en tiempos pasados Die sy by