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se tira, después de beberse el zumo. "La Mettrie no dejó de referirme tan hermoso apotegma, digno de Dionisio de Siracusa.

Resolví desde entonces poner a salvo la cáscara de la naranja. Tenía yo unas trescientas mil libras por emplear. Me guardé muy bien de colocar este capital en los Estados de mi Alcina; lo empleé con ventaja en las posesiones del duque de Wurtemberg, en Francia. El rey abría todas mis cartas, y sospechó que mis intenciones no eran las de quedarme a su lado. Pero la furia de versificar le poseía como a Dionisio. Era menester corregir sin descanso; tuve aún que repasar su Historia de Brandeburgo, y todas las que escribía.

La Mettrie murió después de haberse comido en casa de milord Tirconnel, enviado de Francia, un pastel relleno de trufas, entero, al final de una comida copiosa. Dijeron que se había confesado antes de morir; el rey se indignó; mandó hacer una averiguación minuciosa; le aseguraron que el dicho era una atroz calumnia, y que La Mettrie había muerto como había vivido, renegando de Dios y de los médicos. Su majestad, satisfecho, compuso en el acto su oración fúnebre, que mandó leer en su nombre a Darget, su secretario, en la sesión pública de la Academia, y concedió seiscientas libras de pensión a una moza que La Mettrie llevó de París cuando abandonó a su mujer y a sus hijos.

Maupertris, conocedor de la anécdota de la naby