ta más inútil de la corte, fuera de chambelán, también inútil, a Berlín. Me otorgaron el permiso; pero se picaron mucho, y nunca me lo han perdonado. Desagradé mucho al rey de Francia, sin agradar más por oso al de Prusia, que en el fondo de su alma se burlaba de mí.
Me vi, pues, con una llave de plata sobredorada pendiente de la casaca, una cruz al cuello y veinte mil francos de pensión. Maupertuis enfermo del disgusto; yo no me di por enterado. Había entonces en Berlín un médico, llamado La Mettrie, el ateo más decidido de todas las Facultades de Medicina de Europa; hombre, por lo demás, jovial, agradable, alocado, tan conocedor de la teoría como cualquiera de sus colegas, y, sin disputa, el peor médico de la tierra en la práctica; por eso, gracias a Dios, no ejercía. Se había burlado de la Facultad en pleno, en París, y hasta escribió contra los médicos no pocos ataques personales, que no se los perdonaron; obtuvieron contra él una orden de prisión, y La Mettrie se retiró a Berlín, donde divertía mucho por su jovialidad; escribía e imprimfa además los mayores atrevimientos imaginables sobre la moral. Sus libros agradaron al rey, que lo nombró no su médico, pero su lector.
Un día, después de la lectura, La Mettrie, que decía al rey cuanto se le antojaba, le contó que mi valimiento y mi fortuna suscitaban muchas envidias. "Dejad las cosas correr—respondió el rey; primero se exprime una naranja y luego Dighiedy by