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Una amante no se explicaría con más ternura; en la carta esforzábase por disipar el temor que me inspiraban su rango y su carácter; lefanse en ella estas frases singulares: "¿Cómo podría yo nunca ser causa del infortunio de un hombre a quien estimo y quiero, que me sacrifica su patria y los afectos más caros del hombre?... Os respeto como maestro mío en elocuencia. Os quiero como amigo virtuoso. ¿Qué sujeción, qué infortunio, qué mudanza son de temer en un país donde os estiman tanto como en vuestra patria, y en casa de un amigo de corazón agradecido? He respetado la amistad que os unía a la marquesa del Chatelet; pero, después de ella, yo era uno de vuestros amigos más antiguos. Os aseguro que mientras yo viva seréis aquí dichoso..." Pocos reyes escriben una carta así. Con este último vaso acabó de embriagarme. Sus protestas verbales fueron aún más enérgicas que las escritas. Estaba habituado a singulares demostraciones de ternura con favoritos más jóvenes que yo; olvidando por un momento que yo no era de la edad de aquéllos, ni tenía la mano bonita, quiso besármela; yo le besé las suyas y me entregué por su esclavo. Hacía falta un permiso del rey de Francia para pertenecer a dos amos.

El rey de Prusia se encargó de todo.

Escribió pidiéndome al rey mi señor. No me imaginaba yo que en Versailles se ofendieran porque un gentilhombre ordinario de cámara, la casI