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se presenta en Cirey, y urde esta preciosa trama: adula a la marquesa del Chatelet y nos dice que el rey Estanislao se alegraría mucho de vernos; vuelve a la corte y dice al rey que ardemos en deseos de ir a ofrecerle nuestros respetos; Estanislao recomienda a la marquesa de Boufflers que nos lleve. Fuimos, en efecto, a pasar en Luneville todo el año 1749. Ocurrió todo lo contrario de lo que deseaba el reverendo padre. Nos hicimos muy amigos de la marquesa de Boufflers, y el jesuíta tuvo que combatir a dos mujeres en vez de una.

La vida en la corte de Lorena era bastante agradable, aunque hubiese, como en todas partes, intrigas y embrollos. A fines de año, Poucet, obispo de Troyes, comido de deudas y sin reputación, fué a aumentar la corte y sus embrollos; al decir que había perdido la reputación, entiéndase también la reputación de sus oraciones fúnebres y de sus sermones. Obtuvo, por mediación de las dos damas, el nombramiento de capellán mayor del rey, que se envanecía de tener un obispo a sueldo, y a sueldo muy reducido.

El obispo no llegó hasta 1750. Para empezarse enamoró de la marquesa de Boufflers, y lo echaron. Su cólera recayó sobre Luis XV, yerno de Estanislao: vuelto a Troyes, quiso desempeñar un papel en el ridículo asunto de las cédulas de confesión, inventadas por el arzobispo de París, Beaumont; hizo cara al Parlamento y al rey. No era éste el medio de pagar sus deudas; Digilint of