La solicitud era un poco fuerte; pero es un privilegio poder decir en verso cuanto a uno sa le antoja. El rey ofreció mitigar sus rigores; y algunos meses más tarde llegó incluso a internar en el hospital al hidalgo, con un pequeño socorro.
Había rehusado esta gracia a la reina su madre, que, por lo visto, se la pidió tan sólo en prosa.
En medio de las fiestas, de las óperas, de las cenas, mi negociación secreta progresaba. El rey me permitía hablarle de todo, y a menudo, a propósito de la Eneida y de Tito Livio, intercalaba yo algunas preguntas acerca de Francia y de Austria. La conversación se animaba a veces; el rey se acaloraba, y me decía que mientras la corte de Francia fuera como hasta allí de puerta en puerta en demanda de paz, se guardaría él muy bien de guerrear por nuestra causa. Desde mi habitación le envié a su aposento mis reflexiones escritas en un papel, a medio margen; escribió la respuesta al lado de mis osadías. Aun conservo el papel, donde le decía: "Dudáis de que la casa de Austria exigirá la devolución de Silesia a la primera ocasión?" He aquí su respuesta marginal: "Pues serán recibidos, biribitoigual que barbaritosamiguito." El final de esta negociación de nuevo género fué un discurso que me dirigió en un arranque contra el rey de Inglaterra, su querido tío. Los dos reyes no se querían bien. El de Prusia decía: Het by