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del Franco Condado, de seis pies de alto, a quien el rey difunto había mandado raptar por su buena estatura; le prometieron una plaza de chambelán, y recibió una de soldado. El pobre hombre no tardó en desertar con algunos camaradas suyos; lo cogieron y, conducido ante el difunto rey, tuvo la candidez de decir que lo único que sentía era no haberlo 'matado por tirano.

Por toda respuesta le cortaron la nariz y las orejas, le dieron treinta y seis carreras de banquetas; después de esto fué a arrastrar una carre tilla en Spandau. Arrastrándola continuaba cuando el señor de Valori, nuestro enviado, me instó para que pidiese su indulto al clementísimo hijo del durísimo Federico Guillermo. A su majestad se le antojaba decir que para agradarme había dispuesto la representación de la Clemenza di Tito, ópera llena de bellezas, del célebre Metastasio, puesta en música por el mismo rey, con ayuda de su compositor. Esperé una oportunidad para recomendar a sus bondades al infeliz franco—condés desorejado y desnarigado, y le disparé esta amonestación: ¡Oh, genio universal, ánimo firme y tierno!

¡Qué! Ha de haber desgraciados reinando vos, #efior?

Poned a los tormentos de ese culpable término, y nunca, generoso, los pongáls al favor: ved en derredor vuestro las súplicas ardientes, hijas de contricción y orla de nobles mantos, espantadas regando con lloros Impotentes esas manos que deben secar todos los llantos, ¿A qué, pues, espectáculo de tal magnificencie, en el que triunfa Tito emperador, me das?

Para que nada falte, iguala au clemencia, y asi imitadle en todo, o no, le ensalcéis más.

Digilin y