cortes, Fredersdorf, su ayuda de cámara, desempeñaba a la vez las funciones de mayordomo mayor y de ropero mayor y de jefe de la panadería.
Fuese por economía o por política, nunca otorgaba la más insignificante merced a sus antiguos favoritos, y menos aún a los que habían arriesgado la vida por él siendo príncipe real. No pagaba ni aun el dinero que entonces tomó prestado; y así como Luis XII no vengaba los agravios hechos al duque de Orleans, el rey de Prusiz se olvidaba de las deudas del príncipe real.
Aquella pobre manceba a quien el verdugo azotó por su causa vivía entonces en Berlín, casada con un oficinista llamado Shommers, empleado en la administración de carruajes de alquiler; en Berin había diez y ocho; su amante la gratificaba con una pensión de setenta escudos, pagada siempre con puntualidad. Era una mujer alta, flaca, con aspecto de sibila, y que en modo alguno parecía haber llevado azotes por causa de un príncipe.
Sin embargo, cuando Federico estaba en Berlín, desplegaba gran magnificencia en los días solemnes. Para los hombres vanos, es decir, para casi todo el mundo, era un espectáculo muy hermoso verle sentado a la mesa, rodeado de veinte principes del Imperio, servido en la vajilla de oro más suntuosa de toda Europa, con treinta lindos pajes y otros tantos lacayos jóvenes soberbiamente vestidos, portadores de fuentes de Mig