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món acerca de Herodes ciertos rasgos que podían aplicarse al rey, su señor; el clérigo rural fué llamado a Postdam, citándole a consistorio, aunque en la corbe no lo había, como no había tampoco mása. Al pobre hombre lo llevaron allá; el rey se disfrazó con traje eclesiástico, así como DeArgens, el autor de las Cartas judias, y un barón de Pollnitz, que había cambiado tres o cuatro veces de religión; pusieron sobre la mesa un tomo del Diccionario, de Bayle, a guisa de Evangelio, y el culpable, conducido por dos granaderos, compareció ante esos tres ministros del Señor, Hermano mío—le dijo el rey—, en nombre de Dios os pregunto de qué Herodes habéis predicado...

—Del que mandó matar a todos los niños—respondió el pobrete.

—Os preganto—añadió el rey—si ese Herodes era el primero de este nombre, porque debéis saber que hubo varios así llamados.

El clérigo de aldea no supo responder.

—ICómo dijo el rey—, os atrevéis a predicar de un Herodes sin conocer a su familia! Sois indigno del Santo Ministerio. Por esta vez os perdonamos; pero tened entendido que se os excomulgará si volvéis a predicar de alguien sin conocerle.

Luego le entregaron la sentencia y el perdón.

Las firmas eran tres nombres ridículos, inventados a capricho.

—Mañana vamos a Berlín—añadió el rey; pe-