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prelados palaciegos, me respondió con un diluvio de burlas a costa del asno de Mirepoix, y me instó a marcharme pronto. Tuve buen cuidado, de dar a leer todas mis cartas y las respuestas recibidas. Se enteró el obispo, y fué a quejarse a Luis XV, porque, según decía, yo le estaba haciendo pasar por tonto. en las cortes extranjeras.

El rey le respondió que eso era cosa convenida, y no tenía por qué ocuparse de ello.

Esta respuesta de Luis XV, poco en armonía con su carácter, me ha parecido siempre extraordinaria. Saboreaba yo el placer de vengarme del obispo, que me había excluído de la Academia, y al propio tiempo el de hacer un viaje muy agradable y el de ponerme en situación de ser útil al rey y al Estado. El mismo señor de Mauxepas tomó con calor esta aventura, porque manejaba por entonces al señor Amelot y creía ser el verdadero ministro de Negocios Extranjeros.

Lo más singular de todo fué que hubo necesidad de revelar el secreto a la marquesa del Chatelet. De ningún modo consentía que la dejase por el rey de Prusia; separarse de una mujer para ir en busca de un monarca le parecía lo más cobarde y abominable del mundo. Hubiera promovido un barullo horrible. Para apaciguarla, se convino en descubrirle el misterio, y que todas las cartas pasasen por sus manos.

El señor de Montmartel me entregó, bajo simples recibos, cuanto dinero quise para el viaje.

No abusé. Me detuve un poco de tiempo en HoDigle