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único recurso era entonces el rey de Prusia, quien, después de arrastrarnos a la guerra, nos habís abandonado cuando le convino.

Surgió la idea de enviarme secretamente cerca de este monarca para sondear sus intenciones y averiguar si estaba dispuesto a precaverse contra las borrascas que tarde o temprano irían desde Viena a descargar sobre él, luego de haber caído sobre nosotros, y si a la sazón nos prestaría cien mil hombres, que le consolidarían en la Silesia. La idea brotó en la cabeza del duque de Richelieu y de la duquesa de Chateauroux; el rey la adoptó, y el señor Amelot, ministro de Negocios Extranjeros, pero ministro muy subalterno, sólo tuvo que ocuparse en acelerar mi partida.

Hacía falta un pretexto. Lo encontré en mi querella con Boyer, ex obispo de Mirepoix. Al rey le pareció bien este expediente. Escribí al rey de Prusia que no podía sufrir más las persecuciones del teatino, y que iba a refugiarme junto a un rey filósofo, a salvo de los enredos de un gazmoño. Aquel prelado firmaba siempre en abreviatura, y, como tenía muy mala letra, se leía: el asno de Mirepoix (1). Esto dió pie para muchas bromas; no he visto negociación más divertida.

El rey de Prusia, que tenía la mano pesada cuando se trataba de herir a los frailes y a los (1) El obispo firmaba, según Voltaire, l'ano. éveq. de Mirepoix, y se lefa l'âne, en lugar de l'ancien.

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