del entendimiento y del pensamiento al ser llamado materia.
Son inconcebibles el encarnizamiento y la intrepidez ignorante con que se desencadenaron en contra mía a propósito de esa cuestión. Hasta entonces no había hecho ruido en Francia el sentir de Locke, porque los doctores leían a Santo Tomás y a Quesnel, y el gran público leía nove las. En cuanto alabé a Locke, gritaron contra él y contra mí. Las pobres gentes, enardecidas por la disputa, no sabían con seguridad qué son la materia ni el espíritu. El hecho es que nada sabemos acerca de nosotros mismos, que tenemos movimiento, vida, sentimiento y pensar, y no sabemos cómo; que los elementos de la materia nos son tan desconocidos como todo lo demás; que somos ciegos, que andamos y razonamos a tientas, y que Locke obró muy cuerdamente al confesar que no nos toca a nosotros decidir lo que el Todopoderoso puede o no puede hacer.
Esto, unido a algunos triunfos de mis obras teatrales, atrajo sobre mí una inmensa biblioteca dle libelos, donde se probaba que yo era mal poeta, ateo e hijo de un labriego.
Se imprimió una historia de mi vida, adjudicándome tan hermosa progenie. No faltó un alemán que recogiera todos los cuentos de esa e3pecie, relleno de los libelos impresos contra mí.
Se me achacaban aventuras con personas para mí desconocidas, y con otras que jamás existieron.
Al escribir esto. tropiezo con una carta del seDigiby