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veinte mil hombres escasos; su mariscal, Neipperg, que los mandaba, obligó al rey de Prusia a aceptar batalla bajo los muros de Neisse, en Molwitz.

Al pronto, la caballería austriaca derrotó a la prusiana; el rey, no acostumbrado aún a ver batallas, huyó al primer encuentro hasta Oppeln, a doce leguas largas del lugar del combate.

Maupertuis, creyende labrar su fortuna, había ido con él a campaña, imaginándose que el rey le proveería al menos de caballo. No era ésa la costumbre del rey. El día de la acción, Maupertuis compró un jumento por dos ducados, y se empeñó en seguir a su majestad como pudo, montado en el asno. La montura no resistió la caminata; Maupertuis fué apresado y desvalijado por los húsares.

Federico pasó la noche acostado en un camastrec de un parador del pueblo, cerca de Ratibor, en los confines de Polonia. Estaba desesperado, y ercía no tener otro remedio que atravesar la mitad de Polonia para volver a la parte norte de sus Estados, cuando llegó del campo de Molwitz un cazador con la noticia de haberse ganado la batalla. Un cuarto de hora después, le confirmó la nueva un edecán. La noticia era cierta. Si la caballería prusiana era mala, la infantería era la mejor de Europa. Durante treinta años estuvo disciplínándola el veterano príncipe de Anhalt. La mandaba el mariscal de Schwerin, discípulo de Carlos XII; ganó la batalla en cuanto el rey de Digili oy