de Carlos VI; que se proponía apoyar la elección de Francisco de Lorena, gran duque de Toscana, marido de la reina, para emperador; y que podía sacar de esto grandes ventajas.
Tenía yo más motivos que nadie para creer que, en efecto, el nuevo rey de Prusia iba a tomar ese partido, pues me había enviado tres meses antes un escrito político de su cosecha, donde consideraba a Francia como la enemiga natural y la depredadora de Alemania. Pero lo propio de su carácter era hacer siempre lo contrario de lo que decía y escribía, no por disimulo, sino porque escríbia y hablaba con un género de entusiasmo diferente dei que empleaba para obrar.
El 15 de diciembre, enfermo de fiebre cuartana, salió para conquistar Silesia, a la cabeza de treinta mil combatientes bien pertrechados y disciplinados; al montar a caballo, dijo al marqués de Beauvau: "Vamos a jugar de compañeros; si gano, partiremos." Escrita está por él la historia de aquella conquista, y él en persona me la dió a leer entera.
Véase un pasaje curioso del comienzo de aquellos anales; lo transcribí con preferencia a otros, como un monumento único: "Añádanse a estas consideraciones unas tropas preparadas a intervenir en cualquier momento, un tesoro bien repleto y la viveza de mi carácter; tales eran las razones que yo tenía para mover guerra a María Teresa, reina de Bohemia y de Hungría." Unas líneas después, había estas pa-