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Desfontaines y otros ruines me difamaban en París una vez por semana cuando menos.

El rey de Prusia, poco antes de morir su padre, tuvo la ocurrencia de escribir una refutación de Machiavelo. Si Machiavelo hubiese tenido por discípulo a un príncipe, la primera cosa que le hubiera recomendado habría sido que escribiese en contra suya. Pero el príncipe real no procedió en esto con tanta sutileza. Escribió de buena fe cuando aun no era soberano, y cuando su padre le hacía poco amable el poder despótico.

Alababa entonces sinceramente la moderación, la justicia; en su entusiasmo, parecíale un crimen cualquier usurpación. Me había enviado a Bruselas el manuscrito para imprimirlo después de corregido; entregado estaba ya por mí a un librero de Holanda llamado Van Duren, el bribón más insigne de su especie, cuando sentí cierto remordimiento por imprimir el Anti—Machiavelo en ocasión que el rey de Prusia, con cien millones en sus arcas, les quitaba uno a los pobres vecinos de Lieja por mano del consejero Rambonet. Pensaba yo que mi Salomón no se detendría ahí. Su padre le había dejado sesenta y seis mil cuatrocientos hombres completos de excelentes tropas; él las aumentaba, y parecía deseoso de emplearlas a la primera ocasión.

Hícele observar que quizá no convenía imprimir su libro precisamente en el momento mismo en que podrían reprocharle la violación de sus preceptos. Consintió en suspender la edición, y fuí Di