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tro trato comenzó tomándole el pulso, como si yo hubiese sido su médico de cabecera. Pasado el acceso, se vistió y se sentó a la mesa. Algarotti, Keyserling, Maupertuis y el ministro del rey cerca de los Estados generales asistimos a esta cena, en la que se trató a fondo de la inmortalidad del alma, de la libertad y de los andróginos de Platón.

Al mismo tiempo, el ministro Rambonet montaba en un caballo de alquiler; caminó toda la roche, y a la mañana siguiente llegó a las puertas de Lieja, donde levantó un acta en nombre del rey su señor, mientras dos mil soldados, procedentes de Wesel, imponían a la ciudad una contribución. Fueron pretexto de la algarada ciertos derechos alegados por el rey sobre un arrabal de Lieja.

Me encargo incluso de redactar un manifiesto, e hice uno pasadero, convencido de que un rey con quien yo cenaba y que me llamaba su amigo debía tener siempre razón. El asunto no tardó en arreglarse mediante un millón de ducados de ley exigido por Federico, que así se indemnizó de los gastos del viaje a Estrasburgo, lamentados en su poética carta.

No dejaba yo de sentir inclinación hacia él por su entendimiento y por sus gracias, y además era rey, que siempre es una gran seducción, dada la humana flaqueza. De ordinario somos los hombres de letras quienes adulamos a los reyes; éste me alababa de pies a cabeza, mientras el abate Highed by