Se ve por esta carta que aun no había llegado a ser nuestro mejor poeta, y que su filosofia no miraba con indiferencia el metal atesorado por su padre.
Desde Estrasburgo fué a visitar sus Estados de la Alemania baja, y me envió a decir que iría a verme de incógnito a Bruselas. Le aderezamos una buena casa, pero cayó enfermo en Meuse, castillo pequeño a dos leguas de Cleves, .y me escribió que esperaba verme tomar la iniciativa. Fuf, pues, a ofrecerle mis profundos respetos. Maupertuis, que ya tenía sus miras y rabiaba per presidir una academia, se había presentado allí espontáneamente y se alojaba con Algarotti y Keyserling en un desván del palacio. Hallé, por toda guardia, un soldado en la puerta del patio. El consejero privado, Rambonet, ministro de Estado, se paseaba por el patio, soplándose los dedos. Llevaba grandes manguitos de tela, sucios; sombrero agujereado, y una peluca de magistrado, vieja, que de un lado se le metía por uno de los bolsillos, y dei otro apenas le pasaba del hombro. Me dijeron que este hombre tenía entre manos un importante asunto de Estado; y era verdad.
Me condujeron al aposento de su majestad. No tcnía más que las cuatro paredes. A la luz de una bujía percibí un camastro de dos pies y medio de ancho, donde yacía un hombrecillo rebujado en una bata de paño azul recio; era el rey, que sudaba y tiritaba bajo una mala manta, en un violento acceso de fiebre. Hícele acatamiento, y nuesDigby Digili