no han impreso ni la trigésima parte. Me tomé la libertad de enviarle una escribanía de Martin, muy bella; tuvo la bondad de regalarme unas baratijas de ámbar. Los ingenios de París se imaginaron con espanto que ya estaba hecha mi fortuna.
Un joven curlandés, llamado Keyserling, que, a su modo, hacía también versos franceses y cra, en consecuencia, su favorito de entonces, fué a Cirey desde las fronteras de Pomerania, para visitarnos de parte del príncipe. Dimos una fiesta en su honor; yo puse una hermosa iluminación, cuyas luces dibujaban la cifra y el nombre del príncipe real, con esta divisa: La esperanza del género humano. Lo que es yo, hubiese tenido perfecto derecho para concebir esperanzas personales si hubiera querido, porque me llamaba en sus cartas mi querido amigo, y me hablaba a menudo en sus despachos de las sólidas pruebas de amistad que me reservaba para cuando subiese al trono. Subió a él, en fin, hallándome en Bruselas; comenzó por enviar a Francia, en embajada extraordinaria, a un manco llamado Camas, ex francés refugiado, a la sazón oficial de su ejército. Decía que Francia tenía en Berlín un ministro a quien le faltaba una mano, y que para cumplir con el rey de Francia como debía, le enviaba un embajador con un brazo solo. En Ilegando al parador de la ciudad, Camas.me envió un joven, paje suyo, a decirme que por estar muy cansado no podía ir a mi casa, y a rogarme que