no podía ser juzgado en causa capital sino por una dieta, envió al conde de Seckendorf para amonestar seriamente al padre. Conocí después al conde de Seckendorf, retirado en Sajonia, y me juró que le había costado mucho trabajo obtener que no le cortasen al príncipe la cabeza. Este Seckendorf es el mismo que ha mandado los ejércitos de Baviera, y a quien el príncipe, siendo ya rey de Prusia, retrató con rasgos horribles en la historia de su padre, inserta en una treintena de ejemplares de las Memorias de Brandeburgo.
Después de esto, servid a los príncipes y evitad que les corten la cabeza.
Al cabo de diez y ocho meses, los ruegos del emperador y las lágrimas de la reina de Prusia cbtuvieron la libertad del príncipe heredero, que se puso a hacer versos y música con renovado ardor. Leia a Leibnitz, e incluso a Wolf, a quien llamaba compilador de fárrago, y cultivaba euanto podía todas las ciencias a la vez.
Como su padre le daba poca parte en los asuntos públicos, e incluso que apenas había asuntos en un país, donde todo consistía en revistas, empleó sus ocios en escribir a los hombres de letras de Francia que tenían alguna notoriedad en el mundo. Sobre mí cayó la carga principal: cartas en verso, tratados de metafísica, de historia, de política. Me trataba de hombre divino; yo le trataba de Salomón. Los epítetos no nos costaban nada. Algunas de estas insulseces se han impreso en la colección de mis obras; por fortuna, VOLTAIRE—MEMORIAS