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tillo de Custrin, cuando un oficial veterano, seguido de cuatro granaderos, entró en su habitación deshecho en lágrimas. Federico no dudó de que iban a cortarle el pescuezo. Pero el oficial, sin cesar en el llanto, mandó a los cuatro granaderos que lo llevaran asido a la ventana y le sujetaran la cabeza mientras cortaban la de su amigo Katt en un cadalso levantado inmediatamente debajo del alféizar. Tendió la mano a Katt y se desmayó. El padre presenció el espectáculo, como había hecho con la azotaina de la muchacha.

Keith, el otro confidente, huyó a Holanda. El rey envió soldados en su busca; por un minuto llegaron tarde, y se embarcó para Portugal, donde residió hasta la muerte del clemente Federico Guillermo.

El rey no se dió por satisfecho. Su propósito era cortarle la cabeza a su hijo. Consideraba que aun tenía otros tres varones, ninguno de los cuales hacía versos, y ya era bastante para la grandeza de Prusia. Se preparó todo para condenar a muerte al principe real, como lo fué el zarevitch, hijo del zar Pedro I. No parece que las leyes divinas y humanas declaren por modo terminante que a un joven se le corte el pescuezo por un conato de viaje. Pero el rey contaba en Berlín con jueces tan sagaces como los de Rusia.

En todo caso, hubiese bastado su autoridad paterna.

El emperador Carlos VI, fundándose en que el principe real, como príncipe del Imperio, Mighty by