cuando compraba una casaca nueva, aprovechaba los botones de la vieja. Con ese atuendo, su majestad, armado de un grueso bastón de sargento, revistaba a diario su regimiento de gigantes. El tal regimiento era su placer favorito y su dispendio mayor. Formaban la primera fila de su compañía hombres de siete pies de altura cuando menos; los mandaba comprar hasta en los confines de Europa y de Asia. Todavía vi yo algunos después de la muerte del rey. Su hijo, que gustabo de los hombres guapos, pero no de los hombres grandes, puso a éstos al servicio de la reina, su mujer, en calidad de lacayos. Recuerdo haberlos visto dando escolta a una carroza de gala nuy antigua, enviada en busca del marqués de Beauvau, cuando fué a cumplimentar al nuevo rey, en noviembre de 1740. El difunto rey Federico Guillermo, que en otro tiempo mandó vender todos los magníficos muebles de su padre, no consiguió deshacerse de aquella enorme carroza desdorada. Los lacayos que iban junto a las portezuelas para sostenerla en caso de volcar, se daban la mano por encima de la imperial.
Terminada la revista, Federico Guillermo iba a pasearse por la población; todo el mundo huía a escape; si se encontraba a una mujer, le preguntaba por qué perdía el tiempo en la calle.
"Márchate a tu casa, pécora; la mujer honrada se debe a su hogar." Y acompañaba esta admonición con un buen cachete, o con un puntapié en Digiby