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Tenía el rey en La Haya un ministro llamado Luiscius; de todos los ministros de las testas coronadas era con seguridad el peor pagado; el pobre hombre, para calentarse, mandó cortar unos árboles en el jardín del Hons—Lardik, propiedad a la sazón de la casa de Prusia; poco después recibió unos despachos del rey su señor reteniéndole el sueldo de un año. Luiscíus, desesperado, se cortó el cuello con la única navaja de afeitar que tenía; un criado antiguo le socorrió y le salvó, desdichadamente, la vida. He vuelto a ver a su excelencia en La Haya, y le he dado limosna a la puerta del palacio llamado La Corte Vieja, palacio perteneciente al rey de Prusia, donde el pobre embajador había vivido doce años.

Preciso es confesar que Turquía es una república en comparación del despotismo ejercido por Federico Guillermo. Por tales medios logró en veintiocho años de reinado amontonar en las cuevas de su palacio de Berlín unos veinte millones de escudos, encerrados en toneles guarnecidos de aros de hierro. Se dió el gusto gran salón de palacio con pesados de adornar el objetos de pla ta maciza, en los que el arte no superaba a la materia. Dió también a la reina, su mujer, inventariado, un gabinete en que todo era de oro, hasta la empuñadura de las tenazas y la paleta de la chimenea, hasta las cafeteras.

El monarca salía de palacio a pie, vistiendo una n'ala casaca de paño azul, con botones de cobre; Miglionby -