cuente nada más, y le indignaba que casi toda la obra de Bossuet gire en torno de una nación tan despreciable como la de los judíos.
Después de pasar seis años en tal retiro, sunidos en la ciencia y en las artes, tuvimos que ir a Bruselas, donde la casa de Chatelet sostenía desde mucho tiempo antes un litigio de importancia con la casa de Honsbrouk. Tuve la dicha de encontrar allí a un nieto del ilustre e infortunado Gran Pensionario De Witt, primer, presidente del Tribunal de Cuentas. Su biblioteca, una de las mejores de Europa, me sirvió de mucho para la Historia general; pero en Bruselas me aguardaba una satisfacción más singular y para mí más gustosa: zanjé el pleito por cuyos dispendios se arruinaban las dos casas desde hacla sesenta años. Obtuve para el marqués del Chatelet doscientas veinte mil libras en dinero contante, y merced a esto quedó todo arreglado.
Aun estaba yo en Bruselas, en 1740, cuando murió en Berlín el craso rey de Prusia Federico Guillermo, el rey menos sufrido del mundo, el más cicatero, sin disputa, y el más rico en dinero metálico. Su hijo, que ha granjeado una reputación tan insólita, sostenía conmigo una correspondencia bastante regular desde hacía más de cuatro años. Acaso no hayan existido en el mundo un padre y un hijo menos parecidos entre sí que estos dos monarcas. El padre era un verdadero vándalo, que en todo su reinado sólo pensó en amontonar dinero y en sostener, con el menortiiliend by