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destrozado, en la raya de Champaña y Lorena, en un terreno ingrato y feo. Embelleció el castiIlo, adornándolo con jardines bastante agradables. Yo le añadí una galería, y formé un gabinete de física muy bueno. Reunimos una biblioteca numerosa. Algunos sabios fueron a filosofar en nuestro retiro. Dos años enteros pasó con nosotros el célebre Koenig, que ha muerto siendo profesor en La Haya y bibliotecario de la señora princesa de Orange. Maupertuis fué con Juan Bernouilli; Maupertuis era, de nacimiento, lo más envidioso del mundo; desde entonces me hizo objeto de esa pasión, siempre grata para él.

Enseñé el inglés a la marquesa del Chatelet, y al cabo de tres meses lo supo tan bien como yo, y leía igualmente a Locke, Newton y Pope. Aprendió el italiano con la misma prontitud; leímos juntos todo el Tasso y el Ariosto. De suerte que cuando Algarotti fué a Cirey, donde terminó su newtonianismo per le dame, halló a la marquesa lo bastante conocedora de su idioma para darle buenos consejos, que él aprovechó. Algarotti era un veneciano muy amable, hijo de un comerciante riquísimo; viajaba por Europa, sabía un poco de todo y todo lo animaba con su gracia.

En nuestro delicioso retiro, sólo tratábamos de instruirnos, sin enterarnos de lo que ocurría en el resto del mundo. Durante mucho tiempo, nuestra atención se dirigió sobre todo a Leibnitz y Newton. La marquesa del Chatelet pro-