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DOS PALABRAS A MODO DE PRÓLOGO


L

os españoles, al hallar un mundo nuevo, encontraron en él hombres nuevos, animales, peces, plantas y flores que les eran desconocidas. A las que de estas cosas nuevas para ellos tenían alguna semejanza con las que existían en España, les dieron los mismos nombres: observación que hacía ya el P. Acosta, respecto de las frutas, diciendo: «A muchas de estas de Indias los primeros españoles les pusieron nombres de España, tomadas de otras cosas a que tienen alguna semejanza, siendo en la verdad diversísimas»; estableciendo así desde ese momento una confusión que aun hoy en gran parte perdura en el habla vulgar y que la ciencia ha ido poco a poco deshaciendo, hasta señalar a cada una de ellas el verdadero lugar que les corresponde en el orden de la naturaleza. Pero aquellas que eran del todo diferentes de las que ellos conocían, forzosamente tenían que designarlas con los nombres que les daban los aborígenes americanos, y cuando no lograron saberlos, hubieron de limitarse a describirlos por sus cualidades características, relacionando, en cuanto les fué po-