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que se decía pito en España, pero que no aparece bajo tal nombre en el Diccionario; el cardón, que se da como sinónimo de cardencha, o sea de la carda que llamamos, tomando la parte por el todo; la guayaba, la llama, el maguey, el maní, la nigua, la papa (cambiada sin fundamento alguno y con prescindencia de su etimología indígena, en patata); el sagú, el tabaco, la tuna, el vagre (escrito ahora con b e incorporado por fin en la última edición del léxico) y de la yuca.

López de Gómara fué tanto más retórico cuanto menos curioso que Oviedo en materia de vocablos indígenas (como que no puso jamas los pies en América) y apenas si recuerda la nigua y las «chinches con alas», las vinchucas, que aun no aparecen en el léxico; si bien pudo hablar del tomate, cuya procedencia mexicana, ya que historió a Cortés, debió recordar.

Cieza de León apuntó la tuna, también de aquel país; la coca, la gallinaza o gallinazo, como se dice generalmente; las papas y las paltas; el guanaco, la vicuña, el paco y la viscacha.

Agustín de Zarate menciona el alcatraz y es el primero que habla del cóndor, que hoy aparece al cabo en el léxico con el acento que le corresponde.

Siguiendo siempre el orden cronológico, tenemos a continuación al gran médico y naturalista Nicolás Monardes, que describió y dibujó el armadillo, por el ejemplar que disecado conservaba en su casa en Sevilla, Gonzalo de Molina, y que esta ya en el léxico bajo su nombre harto mas conocido de quirquincho, aunque sin establecer su sinonimia ni su etimología; la coca, la guayaba, la piña, la que llamó «yerba del sol», de origen peruano, como el paico, que también estudia, y que el Diccionario, dándolo como de procedencia chilena, lo describe bajo el nombre de pazote, forma en que nadie lo conoce aquí.

Don Bernardo de Vargas Machuca en su Milicia y descripción de las Indias, impresa en Madrid en 1599, trata del cacao, la coca, el capulí, el cóndor, el guanaco, el molle, la piña, la tuna y la vicuña: y casi al mismo tiempo que aquella obra salía a luz la Historia natural y moral de las Indias del P. José de Acosta, que a su espíritu observador, añadía el estar bien preparado para tratar de esas materias, por haber residido no