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== frentes como la brisa mueve el musgo de las rocas.

En el suelo, enormes capiteles invitan al re- poso. El Tiempo los derribó de las columnas triunfales: hoy, en sus hojas y arabescos se sienta a meditar la Melancolía. La calma pro- funda del aire transparente, casi azul, entre las obscuras piedras, y el silencio de siglos fundién- dose en un minuto, domina ; luego diríase que el - corazón estallante quiere turbar el acorde con el tumulto alegre y doloroso de sus recuerdos.

Al fin del patio un postigo conduce a las cá- maras mortuorias. Cada una de las tres puer- tas de la primera, se abre a un recinto diferen- te. Hay bancos para la vigilia de los vivos, y lechos para el reposo de los muertos. En nu- merosas repisas se colocaban lámparas y se po- nían objetos del difunto ; en los nichos se guar- daban las ánforas lacrimatorias. Disimuladas, dibújanse, además, las puertas de una sepul- tura interior, asilo de una familia. Allí se en- contraron varios sarcófagos, y el que encerraba un esqueleto de mujer, quizá el de la reina, fué mandado al Louvre. ¡ Pobres reyes de Jerusa- lén ! ¡ pobres faraones de Egipto ! ¡ pobres reinas del Tigris! Hoy, sus cadáveres, expuestos a los