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su ame

sucumbió en el destierro de Babilonia. Se creyó alguna vez que obedeciendo a Ezequiel, esos restos se hubiesen sacado de Sión ; pero las ex- tracciones de Hircón y Herodes a los sepulcros de Salomón y David, prueban su permanencia en el monte. Lievin de Hamme considera el se- pulcro como el de la reina de Adiabenes, país del Kurdistán, al Este del Tigris. La mujer se hizo israelita y se trasladó a Jerusalén : mu- chos parientes suyos se instalaron después, y Tito los protegió : por eso quizá, cuando Saulcy exploró el panteón descubierto, halló entre los despojos, urnas de terracota con cenizas del Lacio.

A tres estadios de la muralla se encuentra el extraño edificio. Desde la boca una amplia gra- dería desciende a las cisternas. En la primera cámara, bajo la concavidad de una gruta, el agua frígida brilla y bulle al parecer hirviente. La se- gunda cámara, enorme, profundo pozo, presen- ta la forma de un cubo hueco, cavado en la roca. En uno de sus lados, calcáreo y amarillento, crecen penachos grises y grandes matas de hino- jos. Sobre el otro, cubierto de parches obscuros, se destacan naturales helechos de fresco verdor. Fuera de las cámaras se abre un gran patio o