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Retrocedemos, pues la salida atrae cual un venturoso abismo. La mole de las canteras y el peso de Jerusalén, nos oprimen : el torturante subterráneo es una tumba con pensamiento. He aquí de nuevo el murmurio del agua, que habla del aire puro, del cielo, del sol. Ya vislumbramos el día; mas la gruta nos despide con un escalofrío. Vuelos frenéticos, cortantes, nos rozan las orejas, azotan las llamas, nos encegueeen, y hay alas que se queman y gargantas que se lamentan. El guía apaga violentamente las antorchas: una legión de murciélagos se precipita por la claridad nebulosa de la caverna.