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e Una tercera voz prorrumpe: «Vana discu- sión : los bloques no están ya en los monumen- tos. Pero las grutas cavadas, minando la ciu- dad, dieron a los reyes opulencia. Y se levanta- ron templos, si no al Dios verdadero, a la divi- nidad misteriosa, con igual fervor ardiente.» Más allá de la puerta de Damasco, al ras de los baluartes, se abren las cavernas. Lia luz del día en sus bocas lucha con la obscuridad de sus entrañas. Se desciende una pendiente : caligi- noso vaho trae el aliento de un horno. Visiones del Macbeth asaltan con el coro de las brujas : «Lo bello es feo y lo feo es bello: flotemos a través de la niebla y del aire impuro». Perdida la noción de las distancias, bajamos y subimos sendas vagarosas y grutas insólitas. Se tienden nuevos subterráneos. Algún brillo, afligente, se aplasta en la masa de sombra, bajo la presión de las montañas pétreas. El Sabat del Macbeth mézclase al del Fausto. Recorren los ojos los bajíos espeluznantes y los cantiles abruptos. En torno del Brocken silban y cantan las hechice- ras. Las palabras fosforescentes, pintan en mu- ros y en rocas, a la vieja Baubo y a los cangre- jos, a las bestias y a las larvas, a los espíritus y a los fantasmas. La luz del fondo finge el fuego