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cadenas. Las columnas forman interminables arquerías y acaban en macizos pilares. La ima- ginación popular olvida los trabajos de Salomón, Herodes y los Cruzados : el subterráneo, que en la media luz se antoja inmensa gruta esculpida, se presenta al hijo de Jerusalén como obra de duendes.

Volvemos a la explanada y visitamos la cis- terna del Rey. Profunda, se talla en la roca, bajo bóvedas sostenidas por columnas. Su co- rriente nace en los estanques de Belén : y aun- que abierta quizá en tiempos de Herodes, se la llama de Salomón. Muy cerca, un pozo encierra un manantial. Cuentan los poetas árabes, y el pueblo lo repite, que un compañero del califa Omar, dejó un día caer su cántaro. Descendió a buscarlo, y halló la puerta de un misterioso y espléndido jardín. No la pudo abrir y recogió una hoja, que vive desde entonces con inmortal verdor. El soldado había sorprendido la más próxima entrada del Paraíso ; pero es inútil re- petir la aventura, porque no es posible renovar sus virtudes. ; .

Dejamos la terraza. Varias columnas se ali- nean. En el día del Juicio se tenderá un hilo desde sus fustes hasta el Monte Oliveto. Jesús