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== comprarla. Se la damos al guía, que exclama : «Soy copto cristiano, señor, y no creo». El san- tón se impacienta y la guardamos, temiendo el antiguo Taca, que ya conocemos como sensación literaria.

En el fondo varias columnas, trenzan fustes llameantes : son los despojos del templo de Sa- lomón. Vese también un resto de vidriera de los Cruzados, único soplo místico en la desola- ción del ambiente : los colores purpúreos y obs- curos, parecen carbones encendidos, ici se tristes por falta de incienso.

Salimos rozando los muros ; he aquí la Puer- ta Dorada. Se abrió al paso de Cristo, con vien- to de júbilo y rechinar de gloria; es la del Do- mingo de Ramos. La adornan dos columnas atribuídas a un don de la Reina de Saba, y por creerse que la cruzará un conquistador cristia- no, está tapiada. Descendemos a un inmenso subterráneo donde se guarecían los carros de guerra de Salomón. Se supone que las aguas de sus ángulos vienen desde los Estanques y la Fuente Sellada : en cambio, se sabe con certe- za que los Templarios ponían allí sus bestias de carga. Juan de Wirzbourg lo asegura, y de los muros blancos, penden aún las argollas de las