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pe y E rusalén, la purificó de nuevo y la consagró al Islam.

Tiene siéte inmensas naves separadas por co- lumnas. Los capiteles corintios y bizantinos, y los fustes diversos, le imprimen variedad, rom- piendo su estilo. En el fondo, al lado de los mo- saicos del mihrab, que resplandece entre ligeras columnas, atrae un mimbar, de cedro, marfil y oro. Es de preguntarse si los duendes legenda- rios, habitantes del subterráneo, no lo han es- culpido tomando por modelo sus alas. Ved ahora dos columnas. Una superstición, dice : «Cuerpo que pasa entre ellas, salva su alma». Hoy es imposible intentar la prueba: una verja las protege. En una tarde de 1880 los sacerdotes quisieron ayudar a un fanático corpulento y al parecer desvanecido ; el pobre diablo estaba, en realidad, muerto.

Delante de la verja y de un brasero, escribe en una tableta un viejo astroso. Prepara oracio- nes curativas y nos ofrece una por cinco francos. El cawas, responde : «No sabemos la lengua». El santón, replica : «Basta colgarla del brazo». La experiencia de hace un momento en la mez- quita de Omar, y el recuerdo de varios alterca- dos del género en Constantinopla, nos decide a