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a una vega de sol. Y de los vasos salen guirnaldas, enroscándose a tallos de aladas flores, que despliegan juegos caprichosos, recogiendo aquí una manzana de oro, y más allá un racimo de púrpura. Así, el jardín aéreo suspende el hechizo de su fecundidad, sobre el peñón estéril, que muestra abajo la rigidez obscura de su aspereza.

La piedra, en tiempo de los judíos, fué pedestal del Santo de los Santos, separada de la nave por el velo que se rasgó en la tarde del Gólgota. El Arca de la Alianza, cofre de maderas preciosas, con los aros de sus andas, contenía el vaso del maná, las Tablas de la Ley y la vara de Aarón. Más arriba estaba la mesa del Oráculo. Querubines enormes, de alas abiertas, esculpidos en olivo, custodiaban el Tabernáculo, cercado al fin por muros de cedro y oro. Hoy el peñón, completamente desnudo, tiene delante una reja del tiempo de los Cruzados.

Descendemos una gradería para ver su base. Un intérprete nos cuenta varias leyendas. El ismán golpea un rincón del suelo. Responde el eco de una caverna. Allí se juntan, por las noches, espectros de sacerdotes, y el lugar se llama Pozo de las Almas. La cripta misma es maravillosa. Los musulmanes del pueblo la creen