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— 69 — peyo, las disidencias intestinas, mutilaron sus muros y disminuyeron sus riquezas, hasta que Herodes lo restauró con pompa y arte. Este fué el templo de Jesús. En él, en brazos de la Virgen lo saludó el anciano Simeón ; en él, a los doce años discutió con los doctores ; en él, arrojó a los mercaderes de los sacrificios ; en él, perdonó a la mujer adúltera, que iba a ser lapi- dada ; en él, El mismo escapó dificilmente a ese suplicio, acusado de blasfemar ; y un día que sus discípulos admiraban las estructuras magnifi- cas, exclamó :—«Mirad las construcciones. Yo os digo, que serán de tal modo destruidas, que no quedará piedra sobre piedra.»

La profecía se cumplió. Treinta y siete años después, Tito abatía el templo dejando solamen- te algunos despojos, donde hoy lloran los judíos en la tarde del viernes.

Adriano, a su vez, consagró las ruinas a Jú- piter. Constantino sacó el ídolo. Juliano, el Apóstata, por desmentir la profecía de Jesús, decretó la elevación de los muros.

Al construirse los cimientos, cuenta la tra- dición de Ámmiano Marcelino, las llamas pro- venientes de una tormenta enseñaron que un emperador no puede nada contra la voluntad di-