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Se inclinó sobre su frente. El enfermo sonrió consolado, y a poco un hombre que pasaba se puso a curarlo, seducido. El nuevo Job dormía. En su sueño otra mujer, aérea, sutil, con alas, lo arrebataba hacia las suspiradas esferas. Su dolor físico se iba, y el sufrimiento moral lo pu- rificaba : su espíritu flúido, cual luz transparen- te, curtía la amargura de su miseria. Bendicien- do el dolor, con arrebato intenso que compen- diaba su ser en exaltación divina, abrió los la- bios y cerró los ojos. Entonces, suaves olores embalsamaron los aires; parecieron entrar rá- fagas de perfumes : las llagas del cadáver com- ponían un jardín de rosas.

—¿Quién eres tú, capaz de tal milagro ?— preguntó el hombre a la mujer, abrazándola, y ella le contestó, desvaneciéndose : «La hija del Oliveto, soy la Caridad.»

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¡Oh! hijas aladas de los montes de Palestina, mientras el mundo progresa, por sendas cada vez más ásperas, abandonad las cumbres y vivid en medio de nuestras luchas.