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HIJAS ALADAS

Longino había abierto el flanco de Jesús, re- cibido la sangre y el agua, y presenciado el te- rremoto. “Vuelto cristiano, corrió a casa de un pintor. Sobre el fresco obscuro. del atrio araban la tierra bueyes purpúreos, y volaban sonrosa- dos cupidos ; así, desde Roma vibraban en Je- ' rusalén, las églogas de Virgilio y los idilios de Mosco. Más allá, entre guirnaldas de pámpanos, cruzaba Fulvia, mujer ya muerta. Su desapa- rición acrecía la pena del pintor, que lloraba ante su hijo agonizante.

El niño, ciego de nacimiento, conocía el mun- do a través de la imaginación de su padre; no ignoraba el color de las flores, la altitud de los montes, la hermosura de los astros.