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Mi

do en aquella sombra el secreto de la inextin- guible Aurora. Seguimos hacia la puerta. En una obscura capilla saludamos los despojos de las tumbas latinas : fueron los héroes de la epo- peya, los paladines de Cristo, fueron los Cru- zados... Más acá, las lámparas de la Unción,

desvaneciéndose sobre la piedra que las refleja,

buscan no ungir un tangible cuerpo, sino el re- cuerdo impalpable de un espíritu. Más allá, los arcos, los altares y el Calvario, entran en la noche, mientras seres, de rodillas, simulan es- culturas de inmortal plegaria, confundidos a pedazos de la roca. He aquí la puerta ; he aquí el atrio; he aquí el cielo. Echamos una última mirada a la tumba temible y consoladora : ¡he ahí en lo Infinito, todas sus lámparas converti- das en estrellas !