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— 52 — sas impuras. Los ejecutores del Calvario echa- ron a ese pozo los de Jesús, que, cubiertos por desperdicios, estuvieron en su seno hasta que se ordenó la excavación. La capilla de la cis- ternd tiene su forma tallada en las rocas del Calvario. Varias lámparas iluminan el bron- ce de la Emperatriz, abrazándose al madero santo. En lo alto de las sombras, hornacinas que se antojan de natural caverna, vierten lá- grimas de oro, de sangre y de cielo. Y por en- tre ellas, un rayo azul, surgente, no se sabe de dónde, evapora la lumínea bruma de un incien- so helado.

Es difícil salir sin pisar las gentes tendidas en oración sobre las gradas de la peña. Algún mendigo se incorpora y nos tira del gabán. Da- mos limosna, oyendo voces sin ver rostros. Fue- ra del subterráneo, nos dirigimos a una gruta, venerada cual sepulcro, de José de Arimatea. El piadoso varón quiso descansar con el resto de su familia junto a la tumba del Maestro. Sua huesos, sin embargo, no reposaron allí. Se pre- sume que partió, en compañía de Lázaro y la Magdalena, para Francia, y fué a morir en las costas inglesas.

Visitamos también el convento franciscano.