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Mi fermo se llenó de luz, y ya conmovido, pues le habian emocionado los acontecimientos del Gól- gota, se convirtió, llorando amargamente. Hoy un templo recuerda sus lágrimas.»

Otras capillas evocan los improperios y el despojo de los vestidos. Las arcadas, ennegreci- das, muestran interiores, en que las lámparas no logran hacer visibles las pinturas ; interiores que impresionan penosamente con su aire de frialdad, de desolación, de descuido y de mi- seria.

Después, una gradería se hunde en un sub- terráneo. Un triste farol lucha por brillar en la bóveda de un pequeño claustro. Extrañas pe- - numbras exhalan el aliento de un alba friolen- ta, despertándose sobre sudarios. Cae el día desde la claraboya conventual de un patio abi- sinio superpuesto a la basílica. Se dibujan, ape- nas, en esa atmósfera de sueño, cuatro colum- ,»nas bizantinas, pesados arcos románicos, y en el altar, borrosas imágenes. Allí, según la tra- dición, Santa Elena oraba, pidiendo al cielo el hallazgo de la Cruz. Descendemos otra gra- dería y llegamos a una cisterna. En la época de Tiberio, los judíos temían el contacto de los instrumentos supliciantes, como el de co-