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Estos lo recubrieron de placas marmóreas ne- gras, substituidas en 1808 por una gran piedra roja. Hoy pertenece a los latinos, griegos, cop- tos y armenios : cirios colosales, con imágenes pintadas en su cera, arden noche y día entre lámparas de nieve. Sobre la pared vecina, don- de numerosos mosaicos se confunden a rejas y tapices, se ve el embalsamamiento, en un cua- dro mediocre.

A doce metros, otra piedra, resguardada por hierros, rememora a las tres Marías, en la tar- de trágica. He aquí el pasaje de San Lucas : «Todos aquellos que conocían a Jesús, y las mujeres que le siguieron desde la Galilea, es- taban ahí mirando lo que pasaba.»

El Gólgota no se delinea : lo cubre la capi- lla ; se suben veinte gradas, y en la plataforma se alzan altares griegos y católicos. Las aber- turas de la escalera dejan vislumbrar la roca, partida desde la cumbre. Se recuerda el ver- sículo de San Mateo : «Al mismo tiempo el velo del templo se desgarró, la tierra tembló, las pie- dras se hendieron». El Calvario no escapó al terremoto, señalado por Plinio.

Oigamos una antigua y curiosa tradición, añadiendo que San Jerónimo la ha destruído