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tor romano en el Gólgota; y Cristo, desde el sepulcro mata a los césares. Pasan como espectros los dioses del Olimpo, aunque queden ideas de sus grandes filósofos, y sobre sátiros, ninfas y fiestas báquicas, se alza el símbolo de la Virgen inmortal, con la luna por calzado y las estrellas por corona. Las religiones habían tenido su fuente en los pavores del hombre ante las fuerzas de la Naturaleza: el Evangelio significa «la buena nueva», porque ahuyenta el terror y coloca la Divinidad más allá de lo visible, predicando la bondad, el perdón y la dulzura. A pesar de lo enorme de la revolución, la palabra de Jesús no fué violenta. Rara vez tomó el acento tonante: una brisa había desencadenado el huracán. Su voz fué la semilla de la flor que preparaba el fruto, y en todos sentidos acontece igual cosa. Ved a sus apóstoles dudando de su resurrección. Uno de ellos tiene hasta que meter el dedo en sus heridas. Si se mira a Tomás, llamado Didimo, no se prevé aún la repentina y militante fe de un San Pablo.

Así, la sambuca, el cimbalo, el salterio, que acompañaban las cítaras de tino en el templo de Salomón, y el mismo magrepha, quizá su