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turaleza divina, lo hubiese regocijado la obra de Jesús. Un comentador añade: «Su palabra puso en la frente de los más pequeños su propia aureola: después de su venida, el hombre resulta como otro ser; y San Pablo lo comprueba: Primus homo de terra, terrenus: secundus homo de celo, colestis. Igitur, sicut portavimus imaginem terreni, portemus et imaginem coelestis

Mas no sólo se transforma el hombre por la influencia misteriosa de la muerte divina ante la falta de Adán. El Cristianismo forja su cetro en el amor. Según una gran palabra: en amar al prójimo estaba su bandera, y en amar al enemigo su victoria. Jesús se convierte en conciencia de la humanidad. Por eso, rebatiéndolo, el error se juntará a las pasiones y al instinto. Agrio es a menudo en materia de renunciamiento, no deber difundir las sombras del Calvario con la obscuridad de las culpas, sino vigorizar el brillo de la Resurrección con el fulgor de las virtudes. Sobre el Amor se dignifica el hombre, y llega en la dignificación a lo absoluto, puesto que por él muere quien así se lo enseña. Y en ese grado absoluto, entra también la mujer, que dejando de ser «el ser que sólo tenía,