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muchos en el mundo melancolía eterna. Del contraste de nuestro ser, que es la realidad, y el suyo que es el ensueño, brota radiante su figura inaccesible. El alma recibe su soplo, se convierte en mar de ella misma, y sabe de dónde sale al bogar, pero sólo con luz exaltada, advierte a ratos la otra infinita ribera. El sentimiento mistico, ardiente en su amor, no encuentra siempre la palabra, y se refugia en la música. Esta, entonces, le presta misteriosa ayuda: funde lo material de los sentidos y arrebata su esencia suprema, que, a su vez, filtra en los acordes inefable lumbre. El órgano complementa el espíritu. Cuando, fatigado, el caminante se detiene en la cima, y observa, tristemente, el paso de las nubes, las notas le dan la ilusión de que sus oraciones vuelan, más allá de los vapores, en pleno éter, en pleno sol, en pleno Empíreo.

Habló Cristo un extraño lenguaje y cautivó desde el principio la sencillez armoniosa de su luz. Su rasgo fué la universalidad, como que era el padre de todos los hombres. Su doctrina no se encerró en una casta, sacerdotal; ni se dirigió a un grupo de iniciados en Eleusis o en File; ni siquiera a una nación o a una raza;