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EN EL CONVENTO FRANCISCANO

Desde el coro de la iglesia de San Francisco asistimos a la misa. El órgano suena. Cristo no conoció sino el salterio, el cimbalo, el sistro, la sambuca. Alguna vez el arpa debió envolverle en los cantos de su abuelo David. No discutió el arte, ni enseñó estética. La Belleza estaba en la propia belleza de su Evangelio, desnuda y vestida como el lirio. Pero él, entre el recuerdo de los árboles del Génesis, evocó al cielo, mirándose en corrientes que mezclaban su rumor al ritmo de las alas angélicas. Y a no haber reflejado en su pensamiento, el cielo místico de su reino espiritual, el encanto penetrante de su voz lo hubiese hecho concebir. Su vida, sembró esas aspiraciones, y su muerte dejó para