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lilea». Ya se había aparecido a Cleofás y a otro discípulo, quizá Simón, en la ruta de Samaria ; y preguntándoles las causas de su tristeza, les había demostrado el enlace de las profecías desde Moisés al Cristo muerto. Ya había infundido a los apóstoles el poder de perdonar las culpas y había vuelto a Pedro la primacía que perdiera en la Negación. Ya había vaticinado al pontífice el martirio y las persecuciones a los discípulos... cuando en una tarde como ésta, y sobre este mismo monte, un legionario, de nombre Akis, caminaba hacia Betania.

El clavo de la diestra de Jesús se incrustó a los golpes de su mano. Marchaba inquieto, como hombre que no cree en la gloria de su cohorte, ni en la fuerza de su espada. Iba a ver a Lázaro. Anhelaba certificar su historia, y darse cuenta si la guardia mentía por orden en lo del robo del cuerpo santo. Su centurión había rendido tributo al Hijo de Dios ; él, incrédulo aún, sentía un principio de remordimiento, y se preguntaba supersticioso : «si ha resucitado, ¿dónde está, y qué me espera?...» Y descendía la ruta del monte a Betania, y de repente vió sobre el sepulcro de un juez una estatua. Lo inesperado de esa figura lo atrajo ; su frente sudó