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Ashavero, sin responder, echó a marchar. Su expresión, casi sobrenatural, concentraba el Tiempo, con el carácter rígido de un inconmovible monte. Tornaba en son de conquista, a Europa, iba a recorrer el Asia; pensaba en América. Su sombra se tendía a los cuatro vientos del cielo, y su paso cobraba un nuevo vigor, en las voces ardientes, en los gritos vibrantes, - en los llantos espasmódicos del pueblo que, aún más crecido, amontonándose contra el muro, proseguía en el fuego de su plegaria : «¡ Apresúrate, libertador de Sión, reune tus hijos y vuélveles la majestad y la hermosura !»